domingo, 11 de noviembre de 2007

SOLILOQIO DEL FARERO


Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,

quieto en ángulo oscuro, buscaba en tí,

encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos,

y en tí los vislumbraba, naturales y exactos,

también libres y fieles,

a semejanza mía, a semejanza tuya,

eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes;

diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado,

y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase,

olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado

la luz de aquellos días en tí misma entrevistos,

te negué por bien poco;

por menudos amores ni ciertos ni fingidos,

por quietas amistades de sillón y de gesto,

por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,

por los viejos placeres prohibidos

como los permitidos nauseabundos,

útiles solamente para el elegante salón susurrado,

en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui,

que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;

por ti me encuentro ahora,

constelados hallazgos,

limpios de otro deseo,

el sol, mi dios, la noche rumorosa,

la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano,

el mar, el mar como su nombre hermoso;

y sobre todo ellos,

cuerpo oscuro y esbelto,

te encuentro a ti, tú,

soledad tan mía,

y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,

oigo sus oscuras imprecaciones,

contemplo sus blancas caricias;

y ergido desde cuna vigilante

soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,

por quienes vivo,

aun cuando no los vea;

y así, lejos de ellos,

ya olvidados sus nombres,

los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada,

puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles,

como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,

transparente pasión,

mi soledad de siempre,

eres inmenso abrazo;

el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo,

la airada muchedumbre,

¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad,

los busqué un día;

en ti, mi soledad,

los amo ahora.


Autor: Luis Cernuda

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